Que difícil es pararse frente a uno mismo, formarse, elegir una ideología, una manera de pensar, los hábitos que se hacen y las facciones con las que se nacen.

Poder armarse de pequeños trozos de las personas que nos rodean, del lugar en donde vivimos y las costumbres que seguimos y que tal vez existen hace mas de los años de nuestra propia existencia. 

Todos debemos hacerlo, es una obligación, una orden que nos imponen desde que salimos del útero hasta que cada cual puede elegir su camino por si mismo.

Somos nuestra propia casa, y nuestra cabeza es nuestro lugar en el mundo, somos también nuestro peor enemigo y el mejor compañero. Por eso no hay peor soledad que el abandonarse a uno mismo, dejarse estar, no preocuparse. Somos lo que hicimos, el camino recorrido, las cicatrices en el alma, los recuerdos que no olvidamos y la experiencia que adquirimos. 

Inquilinos de una estructura genética que no elegimos pero dueños de hacer con ella lo que creemos mejor.

Eso soy yo, mi propia casa, mi lugar en el mundo.