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jueves, 22 de marzo de 2018


Estaba tapada de prejuicios y sellos, pero un día me enamore de mí. Ese día, aprendí a cambiar mi mirada, esa que siempre me hacía sentir insegura y pequeña, siempre menos que los demás, la cambié por una mirada de amor, dulce, compasiva, en la que me permitía equivocarme. Me di cuenta de que mis errores me hacían grande. 
Me enamore de mí, de mi pelo, de mi cuerpo, de mis manos, de mi mirada. Me enamoré de mi corazón. Me enamoré de mi forma de ser, de mi forma de estar. Me enamoré del papel que cumplo acá, del rol que tengo. Descubrí que lo que le pedía a los demás, tenía que aprender a dármelo primero a mí. Entendí que no hay mejor manera de poder amar a los demás, que amándose a uno mismo. 
El día que me enamoré de mí, deje de sufrir. Entendí que sufrir siempre era una elección mía, consecuencia de aferrarme a algo. Acepté el dolor de las ausencias y rechacé el sufrimiento de las despedidas eternas. Descubrí que amar es cuidar, y que tenía que cuidar de mí, de mi cuerpo, de mi corazón, de mi mente, de mi alma. 
El día que me enamoré de mí, me permití disfrutar y aceptar todo lo que la vida me quería enseñar. Y así vivo, a prueba y error. 
El día que me enamore de mí acepte mis luces y mis sombras, mi brillo y mi oscuridad. 
El día que me enamore de mí llené con mi amor los vacíos, esos que siempre busqué que llenen otros. El día que me enamoré de mi abracé mis miedos, me dejé llevar, me deje ser...