Nada es para siempre. La vida nos brinda bellas etapas pero con una fecha de caducidad. Muchas veces nosotros nos negamos a ese cambio, y es algo lógico, ¿por qué debería resignarme a dejar ir algo que me hace tan feliz, algo a lo que tanto aprecio? Lamentablemente, por más que escarbemos en lo más profundo de nosotros, esa respuesta no la vamos a encontrar. Simplemente porque en ese preciso momento no estamos preparados. Hay que darnos un determinado tiempo para ver las cosas desde otra perspectiva y poder darnos cuenta entonces que todo pasa por una razón. La vida deposita personas en nuestro camino y las quita como si fuera a su antojo. Como si fueran fichas en alguna clase de juego. Pero la realidad es que todo tiene su propósito. Todos ellos son nuestros maestros. Y tienen como único objetivos dejarnos una lección, la cual nos ayudara en una futura dificultad que se nos pueda presentar. Aunque sea duro el proceso y bastante largo según cada ocasión y cada persona, es algo que hay que asimilar y llevar a cabo, Hay que dejar ir eso que nos ata. Así recién en ese preciso momento en el que veamos cerrarse esa gran puerta tras nuestras espaldas, veremos otra abrirse justo frente a nuestras narices. Solo dejando ir, podemos zambullirnos en una nueva aventura.